El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

La Dama del Cordel

Sometido a la inmovilidad del fango, negro y pútrido, me encontraba. Inerte, frío y habiendo abandonado toda esperanza yacía desde no se cuanto tiempo.
En el infructuoso intento de escapar de la trampa despreciable, había desistido de mis intentos de evasión, perdiendo el anhelo de un futuro y la caridad.
Una tarde, obscura e hiriente, pasó frente a mi desdichado páramo de sufrimiento una dama.
Brillante y sonriente, con su mirada fría y profunda, recorrió toda mi pena, todos mis secretos, sabe Dios pensando que.
Silenciosa permaneció a mi lado, abstraída en sus pensamientos lejanos de idas y vueltas, y de amores y penas.
Regresando su mirada, siempre ausente e indolente, tomó un cordel, fino y largo que llevaba escondido entre sus hermosos cabellos.
Me lo acercó, y al poder asirme de tan fina cinta, pude salir de mi desesperado tormento.
Liberado, quedé paralizado frente a ella y su naturaleza, mientras recuperaba el calor en mi cuerpo, y mientras me enamoraba con su silencio y su temple sereno.
Ella, en cambio, dio un paso hacia atrás, sin dejar de mírame. Intenté acercarme con un paso, ella retrocedió dos.
Busque una sonrisa, ya casi había olvidado lo que era estar alegre, sumido en el desprecio y el abandono, desgastado por el malquerer. Y ella, tal vez aburrida o hartada, retrocedió tres pasos.
Ya no pude intentar nada, lentamente se diluyó, se fue desvaneciendo mientras retrocedía, paso a paso, indiferente a mi afecto.
Ocurre que a veces, cuando dos personas se encuentran no pueden librarse de otros dolores, de otras penas, y el silencio y la sangre sufrida, no permite que podamos abrirnos a nada que signifique volver a caer o a padecer. Muchos pueden vivir sin sentir nada, otros sienten mucho, pero prendarse nuevamente a un amor, cuando ya hemos crecido y llorado, es tan difícil como salir del pozo más negro y de la tristeza más llana.
Liberado al fin de mi abatimiento, chiflado y alegre como cuando recorría el mundo sin premura ni preocupación, reinicié mi camino de hombre enamorado, insoportable, indolente y afanoso que por tanto tiempo había abandonado.
Y ella, suave y noble, recorre sin pasado ni culpa. Advirtiendo al inadvertido, que de no precaverse le robará el corazón y la felicidad. Sin que no falten incautos, sin que no quede, en mi, la pena de no tenerla nunca más.

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