El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)
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Al Cruce del Camino
Con la armadura chirriando espantosamente, cuál osamenta seca, perdido por el peso del camino, y deseando llegar a casa, reconoció un camino que nunca había recorrido, sinuoso y siniestro que ante él había aparecido. Intrigado, más que arriesgado, decidió tomarlo. Lento, su corcel, comenzó a dar sus primeros pasos, mientras ambos se sorprendían de lo árido y seco del paisaje, con una tierra gris que cubría todo. No había color, no había pájaros, no había vida por ese camino. Lo que abundaba era tristeza y melancolía. La tanto de caminar, un espíritu se había apoderado del alma del viajero, que en definitiva sólo vagaba en una sola dirección, con un sólo sentido, tan huero y tan yermo con el camino que llevaba. Cuando el sol pálido estaba en lo alto, sobre el cruce del camino, pudo vislumbrar una dama, que con el rostro cubierto lo esperaba. Él no sabía el porque, pero sabía que sólo lo esperaba a él. Al llegar frente a la mujer, ella le preguntó hacia donde se dirigía, a lo que él no supo que responder. Insistió. No hubo respuesta. Ella tomo la correa del caballo y lo encaminó sobre el que en perpendicular corría al gris y serio camino que el peregrino llevaba. La abulia todavía lo abrumaba, cuando lentamente comenzó a ver colores y aromas en el viento, que con lentitud sus ojos comenzaban a retener. De pronto se encontró a si mismo, obnubilado por tanta belleza y alegría, todo a su alrededor clamaba por vida, y al caer en la cuenta que había sido rescatado, volvió su vista a la Dama del Camino, pero se había esfumado, tranquila y serena cuál había aparecido. El Jinete y su caballo siguieron su camino, con la esperanza de volverla a ver nuevamente, cuando el sol esté en lo alto, al cruce del camino.
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