La duda y la conclusión de estar profundamente equivocado, no dejan de ser dos situaciones igualmente desagradables. Si bien la primera tiene el consuelo del desconocimiento sobre el error, la segunda tiene el irrevocable sabor amargo del fracaso.
El estar equivocado, es un sentimiento tan doloroso que tratamos de ocultarlo con escusas, con evasiones, o lo que es más satisfactorio, ratificando la bondad del error como parte del sistema de aprendizaje.
Ahora, que me importa saber que estoy en la vía de mejorar o aprender, si perdí no se cuanto tiempo, ofuscado en el error? Siempre es preferible no equivocarse, aunque parece imposible no hacerlo.
Igualmente, surge de la experiencia práctica, que los errores, lejos de mejorar a las personas, las llevan a cometer errores peores. No bastó con ver la porquería de los Reality basura, en donde la gente no hace nada, que vamos por el 9 Gran Hermano.
La tele y la política argentina, son una clara evidencia que los errores pueden repetirse hasta el hartazgo, que en definitiva siempre hay público y votantes dispuestos a tragar cualquier sapo.
Es también por ello, que los Argentinos vivimos solo en la duda, ya que evidentemente, reconocer que estamos equivocados es más doloroso. Es entonces la condescendencia con nuestros errores, lo que nos afecta, y la estupidez de seguir creyendo, cualquier cosa, menos lo que somos.
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