En un lejano país existía una extraña maldición, se decía que todos aquellos que cruzaran las heladas aguas del arroyo que había cerca del bosque caerían heridos mortalmente.
El pequeño pueblo se llamaba Zequeva, y era habitado por campesinos que, temerosos de la leyenda, no se atrevían a cruzar el pequeño surco de agua.
Cuenta la historia que tres niños, desobedeciendo la autoridad paterna, incursionaron en la zona prohibida. Ese día vieron en la otra orilla del riacho a un caballero de deslucida armadura. El hombre buscaba la mejor manera de pasar por el maldito charco de agua, cuando vio a los niños del otro lado.
Le preguntó por dónde podía pasar, a lo que ellos contestaron:
Le preguntó por dónde podía pasar, a lo que ellos contestaron:
- No sabemos por donde es mejor pasar - dijo el menor de los tres jóvenes -. Y no debería usted hacerlo. Hay una maldición... - se detuvo dejando la oración inconclusa, el pánico que lo silenciaba provenía del solo hecho de mencionar la leyenda.
- No creo que sea demasiado terrible cruzar este hilo de agua, pero dime cuál es la leyenda.- dijo el caballero con una sonrisa de placer, como queriendo participar inocentemente del juego de los niños.
- Ocurrió – intervino el mayor- hace muchos años. En el pueblo vivía una mujer, cierta mañana de primavera fue en busca de flores. Unas flores blancas y olorosas que crecen del otro lado.
- Jazmines – Interrumpió el hombre.
- Si – dijo el niño y continuó- Ella se ahogó al cruzar el arroyo, nadie supo nunca como. Ya que la profundidad es nula. Algunos dicen que la raptó un dragón, y al resistirse cayó y fue cubierta por las aguas. Dicen que todo aquel que intente pasar será consumido por su venganza.
- ¡Dime!. - repuso el caballero- ¿Cómo era aquella buena mujer?
Los niños dudaron unos momentos y el mayor le respondió:
- No sabemos, pero hemos recibido por nuestros padres, que era la más hermosa del pueblo.
- Entonces, de ser así no debe buscar venganza.- Dicho lo cual enfiló su caballo a lo que él intuyó era el mejor lugar para pasar.
Los niños siguieron paso a paso el itinerario temeroso del caballo. Pero el caballero se encontraba tranquilo, seguro, no quitaba los ojos de aquel misterioso arroyo.
Cuando ya se acercaba a la mitad de su trayecto, comenzó a soplar una fresca brisa. Los pájaros dejaron de silbar, y todo el bosque que se encontraba a los costados del arroyo murió por el lapso de unos segundos. Todo a su alrededor pareció apagarse, hasta la luz de la mañana se redujo a una penumbra lúgubre Las nubes comenzaron a cubrir el cielo y lentamente comenzó a llover. Era una lluvia imperceptible, apenas podía sentirse como un leve rocío que impregna el suelo las mañanas de primavera, pero a pesar de ello impedía ver a los lejos. Por esta razón el caballero perdió de vista a los tres jóvenes. A medida que su caballo siguió avanzando, pudo distinguir una figura casi fantasmagórica.
En un punto su caballo se detuvo nuevamente. El espectro era cada vez más nítido, pero nunca se podía determinar finalmente quién, o que, era. Cuando pasó un tiempo más, se comenzó a distinguir la forma de una mujer. Ella estaba parada frente a él, con una canasta vacía en una mano y un vestido suelto. Finalmente el caballero pudo verla con claridad. Era hermosa, tanto que creyó estar frente a un ángel. Era seguramente un ángel porque no pueden existir unos ojos celestes más hermosos, tanto que darían envidia al mismo cielo. El marco imponente del bosque a sus espaldas contrastaba con su estilizada figura.
Ambos se quedaron en su lugar sin pronunciar ninguna palabra hasta que ella, con voz suave, dijo:
- ¿Cómo es que te atreves a cruzar por este arroyo?- su voz no denotaba ninguna amenaza.
- Perdón mi señora, pero es que debo llegar a mi ciudad, que está del otro lado del arroyo. - Él no podía dejar de mirarla, porque hay momentos sublimes donde queremos contemplar la belleza y nuestros ojos no alcanzan, porque la diáfana existencia de lo hermoso se impregna de toda la luz del universo.
- Debes saber que aquellos que violan la prohibición deben morir –ahora era amenazante -
- Al menos moriré con el consuelo de haber visto a la mujer más hermosa que he conocido en toda mi vida. – Hizo una pausa y continuó- He vivido mil batallas, estos ojos han visto morir a mis amigos. Sufrí hambre y frío. Los vientos más fuertes de la tierra me han cortado la cara. Las maravillas del mundo he visto. Muchas mujeres hermosas por mi camino he cruzado. Pero jamás, nada de esto ha sido tan revelador ni tan excepcional como vuestra augusta hermosura. Por lo que a mí me queda, nada me importaría menos que morir, pero siempre que sea a vuestros pies.
La mujer meditó unos segundos, sonrió y luego desapareció junto con la lluvia. El caballero se encontró solo, ni los niños se encontraban cerca, corrían desesperadamente hacia el pueblo.
El caballero siguió su camino, su ciudad quedaba lejos del arroyo, pero durante toda su vida cabalgó hasta él para contemplarlo los últimos días de la primavera. Nunca jamás lo volvió a cruzar. Era un juramento, esos que solo hacen los caballeros y como tal lo cumplió toda su vida. Como si se tratara de una necesidad impostergable retornó todos los años. Fueron los años oscureciendo su vida. Fatigado y viejo, al morir pidió ser arrojado a las aguas del pequeño arroyo, para descansar eternamente.
Finalmente, un día lluvioso y triste murió.
Dice la leyenda, que el día en que fue arrojado a las aguas, hubo una pequeña tormenta, era imperceptible y algunos aseguran que una mujer, parada sobre las aguas, le tendió la mano al caballero y éste levantándose la besó. Luego ambos desaparecieron. Ocurrió en los últimos días de la primavera, donde el rocío impregna el suelo y flota en el aire un fresco aroma a jazmines. También cuentan que vivieron eternamente felices, pero eso nunca lo sabremos.
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