La ventaja de estar descompuesto, es que uno tiene tanta atención en la tortura a la que es sometido por sus intestinos que la mente está menos comprimida y puede darse el lujo de ser subversiva.
Los ojos se entornan sobre los complejos mecanismos de la digestión contrariada con un pescado crudo y caro, que en un afán snob se consumió con desparpajo, a sabiendas de que algunos problemas privados complicarían más la situación.
Entonces envidio a las vacas y sus dos estómagos que consumen su pienso.
Entonces pienso, puto, en varios temas pendientes, cuestiones que uno pasa por alto, considera cuestiones olvidadas, y se da cuenta que los errores que se cometieron una vez, se reiteran otra y otra vez, en una repetición delirante y psicótica.
Cuantas veces ha uno de tropezar con la misma piedra? La cantidad de veces necesaria para que la condenada piedra se mueva...¿?
No, pero en la dialéctica de te quiero-te odio y te quiero una vez más, el sujeto alienado de tan poco pensar, queda presa de los que si tienen un minuto para ello.
Pienso cuantas veces se reciben flores de frente y puñales por atrás, y la confianza, esa endeble copa de cristal se rompe. Pero en todo caso, mientras la copa esté llena de vino, al menos el traicionado puede embriagarse un poco, y el que piensa pensar un poco menos.
A los seres humanos les complace oír preceptos que les resultan fáciles de cumplir dice el Dr. Johnson, pero es claro que a todos nos gusta oír palabras que uno piensa son verdad. Lo fácil y lo difícil se convierte en una vorágine de conceptos y otra vez... uno piensa que eso es la verdad.
Si, la verdad es que pienso demasiado, pero ¿cuántos son capaces de seguir sin ejercitar su cabeza, a riesgo de volver al abismo?
Y es claro que mientras digiero, poco, lo que pienso, la vaca sin afectación alguna digiere tranquilamente su pienso. Y pienso que la descompostura sigue, y ya no se que es peor, si pensar o digerir el ceviche.
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