Después de cada mañana, esas en las que nos enfrentamos al
espejo que nos devolvía lágrimas. Cuántas veces nos hicimos daño? Por qué
intentamos ponernos en la baranda de la noche y mirar fijo el vacío? Cuando el
invierno era verano y la primavera era la quimera que no podíamos recordar.
Y no podríamos explicarlo, ni a nosotros ni a nadie, ni al
analista fino, ni al oportunista de opiniones sobre la vida del otro, ni la
ilusión podía entenderse, ni la tarde, ni la mañana.
Todo era gris, todo era tinieblas, áspero, sin color, ni
tecnicolor, era todo para romper ese silencio y la marca del dolor, del hierro
que nos había marcado, lo que ya no será, lo que fue.
Tantos espíritus volcados en las botellas y en la noche, en
cada marca, en cada lugar, donde lo intenté, donde quise quebrar, en donde
quise quebrarme a mí. Por odio, y por cada día, hasta el fin.
Cuando la mañana sea mañana y el día día, nunca más, menos
sufrir, ni quebrar, ni quebrarme a mí.
Todo lo que hicimos para quebrarnos a nosotros mismos, por
odio, por amor, por tantas cosas, por tan pocas, pero tan importantes, y que no
podemos explicar.
Todo por castigar, por quebrar, por quebrarme a mí.
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