El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

el espejo

En el desván había, entre polvo y trastos viejos un marco tallado y macizo, que coronaba un espejo.
El niño, intrépido lo había encontrado, y se disponía a tocarlo cuando el abuelo, consciente de la falta del niño, y lo había encontrado finalmente en aquel lugar, lo detuvo.
Suavemente tomó al niño de la mano y lo llevó a un sillón viejo que también descansaba en aquel lugar.
El niño intrigado preguntó que ocurría, y el abuelo le dijo.
Hace muchos años, el espejo se encontraba en una pequeña sala de recepción, en donde la familia le había encontrado el lugar justo.
Le daba realce a la recepción y permitía acomodarse por última vez, antes de salir a la calle, en las mañanas agitadas de trabajo y estudio.
Cierto día, expuso el abuelo, mientras intentaba anudarse la corbata, creyó ver alguien detrás de Él.
Al mirar no encontró a nadie, y apurado como estaba, salió de la casa sin mayor preocupación.
Cierto día, ya tarde, el abuelo estaba arreglando algunas revistas viejas para tirar, cuando volvió a ver pasar algo frente a el, pero del lado del espejo.
Esta vez había notado que el movimiento no se explicaba fuera del espejo, sino que provenía del mismo.
Intrigado, se acercó para poder notar algún detalle que explicará dicha extraña situación, cuando dentro del espejo vio a una dama.
Sorprendido, y aún sabiendo que la mujer estaba dentro del espejo, volteó para ver si estaba en la recepción. Claramente la imagen no se reflejaba fuera.
Al volver su mirada al espejo la mujer no estaba.
Inútilmente pasaba todos los días, esperando el nuevo encuentro, pero tuvo que pasar años para que un día, ya casi habiendo olvidado todo, apareció precavida y tímida.
Era esbelta, suave y delicada, dulce como el rocío de la mañana y tenía una sonrisa dibujada que hacía amable y bella toda su figura.
Que fácil era enamorarse y que simple era gustar de verla, pero luego de tal gloriosa epifanía, pudo notar que no podía tocarla.
Al intentar llegar al otro lado, el vidrio del espejo impedía todo contacto.
Así pasaron las horas, hermosas frente al espejo, que reflejaba un mundo ajeno y al cual no podía acceder.
Un lugar que estaba tan distante como la China, y tan alto como el Himalaya y que como un mundo prohibido le impedía llegar.
Luego, la imagen desapareció lentamente, agotada la magia del momento, el espejo volvía a reflejar, la recepción, tan fría y solitaria como un desierto. Reflejaba a un hombre triste y lleno de dolor por la pérdida del encanto.
Y así, luego del cambio que dictaba la moda, había atesorado el espejo con la espera ilusa e infantil de que el milagro se repitiera.
El niño, incrédulo, se retiró del desván y el abuelo, solo, quedó sentado frente al espejo vacío.
Así víctima de la encrucijada temporal y espacial de no poder cruzar en busca de la dama. Estafado por una vida cruel y sin sentido, se recostó sobre el sillón, gritando en silencio y entre dientes, la impotencia por no poder romper el maleficio y encontrarla.

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