El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

París nunca será destruída

Una de las primeras impresiones de esta ciudad, es el incesante acoso que sufren los turistas por parte de todo tipo de escroc, timadores, tunantes y estafadores varios, los hay de los que simulan campañas de ayuda internacional, los que aparentan encontrar un anillo aparentemente de oro en el piso, y le ofrecen al turista unos euros por devolvérselo y finalmente una anciana, encorvada y sostenida con un simple bastón, que solicita ayuda, y que encontramos cada diez exactas cuadras, una y otra y otra. La ciudad es fría y sus habitantes viven de la vestimenta y de su gusto por denotar y ser vistos como gente importante, el lujo y la apariencia es la reina de este lugar. Es snob y superficial. Hasta sus templos parecen vacuos y carentes de vida. Bulliciosa y solitaria, París es la barca del cuadro de Alexander Harrison, "La Solitude", en el medio de la nada, acrecienta el apartamiento del individuo. Pero hoy, a la vuelta de la torre, bajo el imponente edificio del Museo D'orsay, encontré una escena no pintada, real y permanente. Una joven, de la cual no puedo decir su aspecto por lo oscuro del lugar, inclinada sobre un hombre abandonado que duerme en la calle, le hablaba y le mostraba su simpatía y compañía, sólo eso. No era el euro cruel que pide al pordiosero alejarse, ni el desprecio amable, era compañía, simple y llano oído a quién ha perdido todo, hasta el saludo de sus congenes. Humilde y amiga, ella lo escuchaba. Me alejé de la escena. Un sentimiento de alegría se apoderó de mi, la ciudad oscura se me figuró luminosa, la ciudad odiosa se simpatizó conmigo, una sola alma, un solo gesto podía congraciarme con el espíritu de la ciudad, porque como había prometido Dios con respecto a la ciudad del pecado, si hay un sólo justo se salvará, por un sólo santo se salvarán todos los pecadores. Ellos y yo salvados por una dama, tan hermosa y bienaventurada que Dios no destruirá París. No hay Rey o Emperador que haya hecho tanto por esta Ciudad como la joven que como Juana de Arco levantó el estandarte para ganarla del enemigo.

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