El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

Lluvia en París

Animado por la falta de instinto de autoconservación que padece cualquiera que ha sufrido la pérdida de un ser amado, dejé las alturas del Sagrado Corazón de París y me adentré en las tortuosas y rebuscadas calles del noreste de la ciudad. Caminé sin mapa y siguiendo un hipotético rumbo sur, que mágicamente me depositaría en las puertas del café Le Buci, cuya estratégica ubicación me permitía una cena y un ruidoso ambiente social.
De camino, me sorprendió una lluvia fresca y ruidosa, que desapareció a los pocos segundos de iniciada.
Lentamente, deteniéndome a mirar cualquier cosa, contando los pisos de los edificios, sacando fotos de las últimas hojas amarillas, comprando un café al paso, me perdí.
Inevitablemente había logrado mi objetivo y me encontraba sabe Dios en que parte de la Ciudad Luz, que a la postre comenzaba a encender las luces de las calles.
En cada esquina me encontraba con grupos de no más de cinco franceses que, inquisitivamente, observaban mi turístico caminar con una mirada que no intenté descifrar.
No hay que decir, que como buen nacional, y siguiendo la frase del poeta telúrico, me comporté como un torazo en rodeo ajeno, y apechugué sin ambages la situación planteada.
Dicha hombría me duró unos quince minutos hasta que decidí preguntarle a una joven gala, de hermosas facciones y simpática sonrisa, que me inclinó una mueca conmiserativa hacia mi poco refinado francés, y una frase afirmado su conocimiento del español.
Mientras le explicaba mi deseo de llegar a la calle L'ancien comedie, me recomendó seguirla, atento a que me encontraba en una zona peligrosa, y me convenía salir rápido de ahí.
Claudina, tal era su nombre, caminó junto a mi unas tres cuadras, mientras me censuraba ante mi caprichosa e indolente forma de hacer turismo, y se detuvo frente a la estación de metro de Riquet Stalingrad, informándome cómo hacer la conexión para llegar a mi destino.
Caprichosamente hermosa, hizo un gesto de saludo y comenzó a alejarse, sonriente, alegando que debía partir hacia el extremo del Metro que se dirigía a Nation, cuando desgraciadamente mi destino opuesto era Porte Duphin.
Ante la intempestiva despedida, casi sin poder reaccionar, sólo atiné a fabricar un ademán de despedida y hacer una inclinación para darle un beso.
Ella se detuvo, desconfiada, y farfullé una explicación. En mi país se agradece con un beso, en la boca, a quién ayuda a una persona a encontrar el rumbo perdido.
Debo confesar, que apenas terminé a frase me encontraba profundamente arrepentido y avergonzado. La joven gala me miró perpleja, ensayó una sonrisa divertida, se acercó, se puso en puntas de pié y me dio un sonoro beso en la boca.
Si. Impredecible y fatal como un rayo me besó y huyó hacia el andén que nos separaba, perdiéndose entre la gente que corría hacia el metro, no sin antes darse vuelta y lanzarme una última mirada de incredulidad, hacia mi, el turista estafador en el que me había convertido.
La mirada adusta, y los gestos de pocos amigos, sumados a un físico que me superaba ampliamente en altura y musculatura, de cinco nigerianos, me convenció de retirarme, más bien correr, hacia mi correspondiente anden.
En la butaca del metro, me sonreía estúpidamente, de mi y de un beso, tan fugaz y fresco como una lluvia de otoño en París.

1 comentario:

  1. Me has dado una idea imposible de dejar pasar. Primero, comenzaré por ser turista en mi propia tierra. Segundo, me perderé en calles que conozco de arriba a abajo buscando damas con sentido de la ubicación.

    Genial. Saludos!

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