El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

Ya me suena

Ya me suena esa música, la he oído y grabado. Me ha herido, siempre por ser descuidado. Demasiado cariño me ha costado, pero sin recelo; y vuelto a caer, cuando me he levantado, vuelvo a sentirla a mi lado. Siempre la misma música, con su tono repetitivo y gélido. La mismas notas, el mismo tiempo, la misma melodía, el mismo desprecio. Cuando será el día en que no oiga más esa desdichada melodía, y pueda descansar de la hiriente y reiterada invitación al desprecio.

El verdadero amor...

En la confusión de estos tiempos, aquellos que hemos visto el acantilado, comprendemos un poco más el concepto de amor. Que no es otra cosa que el hecho de estar con alguien sólo por lo que es. No hay que sumar cosas al debe ni al haber, las cosas externas no sirven para nada, sólo tenemos que mirar, sin maquillaje, lo que hay detrás. Sólo así se puede elegir el amor. Tampoco se puede extorsionar el amor, cosa muy común, es más simple decirle a una persona, te amo si haces esto, o quieres lo mismo que yo. Difícil, no imposible. Hoy en día, cuando el individualismo se ha exacerbado, y nadie quiere ni escucha a nadie, resulta complicado ver. Sólo aquellos que miran con amor, sin intentar cambiar a nadie, y mucho menos extorsionar con muestras de desprecio, y tacañería, llegan a descubrir al ser que vive frente a él. El exigir cambios, el extorsionar, amenazar, y manipular al otro, no es amor, es capricho, no se da uno al otro, se quiere encarcelar al otro. En definitiva, somos lo que damos, y como lo damos, independientemente de que nos mintamos a nosotros mismos sobre nuestras verdaderas intenciones.

El amor

Enfrascado en mis pensamientos, y la respuesta a las preguntas fundamentales de mi existencia, me encontré divagando sobre el amor, mientras Robert Levin rescataba con su piano a Mozart. Leyendo una frase de Sinay, logré formar una propia, si el amor llega, bienvenido; si hay que correr detrás de él todo el tiempo, ya no es amor, es manía.
Y resultado de ello, me encuentro y pregunto, si no es manía, la que hace que los movimientos de búsqueda del amor, se transformen en una pulsión.
Como la vida moderna, que busca la diversión, el permanente deseo de cubrir nuestro dolor, nos lleva a relaciones compulsivas, a buscar desesperadamente que nos quieran. Cuando la búsqueda se convierte en algo que hay que llenar con más cosas, con más vida social, con más entretenimiento, con más cosas que llenen ese vacío interior, drogas, sexo, comida, actividad y deporte.
Porque la felicidad y el amor, no son cuestiones que aparecen de la nada, sino que se construyen día a día.
Surgen de pequeños momentos. Recuerdo un viaje cercano en el tiempo, en donde los momentos de felicidad fueron pequeños, cosas nimias, pero que me colmaron. Sin necesidad de estridencia.
Pero la pregunta sigue latente, y el amor, como esencia, se desvanece cuando hay apuro, cuando hay desconfianza y no hay valor a los momentos pequeños. Es más fácil recalar en lo que cubre el vacío rápido, pero con el peligro de necesitar más cuando irremediablemente el dolor vuelva.
Por eso, tranquilo, hay que esperar que llegue, como consecuencia del fundamento de quién cada uno es.

Castigo...

La pregunta es simple; por qué? Qué pena está pagando, por qué le hacen pagar con dolor, para qué atizarle con desprecio y abandono. Cuál es la razón de ajusticiarle inopinadamente en la plaza? Se entiende que si es no, no hay necesidad de castigar. Año tras año, golpe tras golpe, sin necesidad, sin compasión, y sin pena. En el torbellino, sin timón, cegado por el desconcierto, le embisten sin justificación, y sin compasión. Por qué? Qué hizo mal? Qué pecado esta redimiendo? Ya no decide, no tiene derecho a voto, no tiene opciones. Despreciado en su hora feliz, desairado cuando quería ser amado. No tiene cabida, ni puede ser él mismo. Abandonado con desdén, simulando confusión, con la única escusa de poder, impunemente, atravesar con sus manos, lo más profundo y secreto de su alma, en la cuál entró, con su consentimiento, como nunca nadie lo había hecho, sin saber porqué es castigado. Y así, con la alabarda del vilipendio, clavada en lo profundo de su ser, odia. Se retuerce en su amargura, y la tirria que le provoca el daño maligno e infundado. Dos veces odia. Porque no había motivos para tanta animadversión, y porque no había razón para causar deliberadamente tanto dolor.

...

Y al ver la sombra que me acosaba, perderse en el camino, por sentir el aire, me reconcilio con aquel, que quería ser... y volver a intentarlo...una vez más...

Hoy que te veo, y que recuerdo cuando no te surcaban arrugas la cara, cuando la sonrisa era más amplia, el frescor de la mañana te alegraba, el tiempo era nada, y el amor una pretensión. En la época heroica, cuando las cumbres se rendían, y lo común era regla. La mirada limpia. Caminabas tranquilo, con el sol en la cara, sin mirar atrás ni esperar nada adelante. En los trances difíciles, en los momentos de alegría, en las veredas calientes y en los puentes helados, con las certezas, las convicciones. En el estremecimiento, y exaltación de Chesterton, y la búsqueda del cuento rápido, y la sorpresa de todo. Cuando eramos jóvenes, y el tiempo anunciaba la nada. En el abrazo de la soledad, y el jubilo de estar con uno mismo. En el gozo de la amistad, y los debates hasta las seis de la mañana. En los besos simples, en las cachetadas complicadas. Ahora, más viejo, y más tonto, nada es igual. Traicionado y traidor, mentiroso y mentido, amado y odiado. Desconfiado. Habiendo escondido lo mejor, ocultando, y mezquino, apartado de todo. Cuanto dejaste, y cuanto perdiste. Hoy no te reconozco, de dónde viniste y qué hiciste de aquél que, anónimo, no pretendía dañar, odiar, mentir, estafar, desconfiar. No se si hay algo en común, sólo se que no te conozco, pero te odio, hasta lo más profundo de mi alma, porque te dejaste doblegar, no apostaste y perdiste. Por eso te odio, tú, que desde el espejo me devuelves esa fría y desaprensiva mirada.

Hay tres cosas

Hay tres cosas que un hombre nunca debería hacer. Primero, ponerse un slip sobre el pantalón, lo cuál es obvio con sólo ver lo ridículo que se ve Superman. Lo segundo es tomar jugo de naranja después de cepillarse los dientes, la simple experiencia indica que es horrible. Y finalmente enamorarse. De los tres ítems, el último es el de más difícil cumplimiento y el error en que incurrimos con mayor frecuencia. Por más que uno se lo proponga, no hay un hombre que no caiga en las garras del sutil sentimiento del amor. Los hay que han caído de manera heroica, estoica y hasta estúpidamente. Algunos han sucumbido una vez, los más desgraciados muchas. Sin embargo, los que apostaron y perdieron lo vuelven a intentar, como las moscas frente a una ventana cerrada, hasta que la cabeza se les abre de tantos golpes. Otros hasta que se les abra el corazón de tanta herida. Finalmente, están en los que en su inconsciencia, creen haber hallado el lugar perfecto para depositar su corazón, un lugar cálido, amplio y cómodo. Crédulos y mortales descansan sobre la ñoña idea de la inmortalidad que deja el sentimiento de estar enamorado, como Romeo con Julieta. No es necesario explicar como terminó eso. Así, el badulaque, tiene tan claro sus pensamientos como un cuadro de Monet. Pero impávido y sonriente deja que la cálida mano del amor llegue hasta sus entrañas, con la esperanza del remirado, de aquel que cree saberlo todo, del que se considera intangible. A pesar de todo espera, que por una vez la verdad se mentira, y la mentira verdad, y que el amor no duela tanto, y no dañe al padeciente. Persistentemente estúpido, siempre respetable, hombre enamorado.

Difícil

No es difícil quererte, y mucho menos amarte, no es fácil comprenderte y mucho menos esperarte. Sin duda, no cabe más que decirte lo difícil que es no acercarme, y lo fácil que es alejarme. Por mucho menos he sido difícil, y hoy a pesar de todo es muy fácil amarte. No puedo negar que lo difícil se hace fácil, cuando te tengo, porque nada es fácil conmigo, no por difícil, ya que siempre fui fácil. Siempre quise celeste, y mezclé azul y blanco. Y aunque a veces desconcierto, no es por difícil, sino por fácil.