El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

MADRID Y LA JUSTICIA

Saliendo de Madrid, he quedado perplejo ante una ciudad bifronte, como el dios Jano, y es justamente por esto, o por su arte, sus costumbres y su gente, que la dualidad de Madrid se encuentra en cada esquina.
No sólo geográficamente, tiene una parte vieja y otra nueva, propia de las ciudades que atesoran más de mil años, Madrid esta dividida entre el espíritu que albergó en el pasado y la modernidad. Atrapada, en laberínticos espacios, bulle una ciudad alegre y divertida, cosmopolita y abierta, lejana en espíritu a su mitad moderna, amplia, suficiente y sin entretenimiento.
Cómo era de suponer, fue su parte añeja, y su pasado monárquico y fastuoso el que me atrajo, no sólo en sus museos, sino, principalmente en sus Iglesias y el Castillo Real.
Fue ahí, en la magnificencia de su pasado Real que quedé prendido de su cortesana belleza. Y es Madrid producto de dos Reyes, su casi fundador Felipe III, y el que llevó la misma a una cultura apoteótica, Carlos IV, y que habiendo perdido las Indias, en manos de su nieto Fernando VII, reclamaron para sí, el derecho y el ornamento del Imperio.
Causa estupor ver en el palacio Real, una habitación mandada a decorar por Fernando VII en honor a su abuelo, casi al tiempo que su imperio se derrumbaba, utilizando frescos soberbios, y fastuosos ornamentos, ajenos a la situación caótica, en un infantil desinterés.
Claro que para España, la verdadera sensación de pérdida del imperio le llegó cuando perdió Cuba a manos de los Estadounidenses.
Así pude comprobar que la Monarquía, como todo patriarcado, se mueve lento, piensa muy despacio, y obviamente no pudo retener el mando de las naciones de Europa una vez llegada la denominada modernidad.
Hoy es imposible el Gobierno real de un Rey, por más entretenido y prosaico que nos parezca, y a pesar de pretender el derecho de levantar banderas de condados por barrios, y de ducados por distritos, nos debemos contentar con la aburrida y poco colorida democracia.
La modernidad no da tregua, y las decisiones deben tomarse al momento, hoy en Argentina se mira de reojo la bolsa de Tokio y la de Brasil como si fueran ambos países limítrofes. Un sistema superó al otro ante las necesidades del vértigo.
Pero hay ostensibles diferencias, tanto que antaño cualquiera podía presentarse al Rey a solicitar Justicia, tal como hizo el Cid Campeador, ante el Rey Alfonso, o cualquier pobre vecino ante el honorable Sancho.
Actualmente ello es imposible en nuestra democracia, en donde el pobre no puede acceder a la justicia, sino por terribles procedimientos, en donde cae presa del abogado cruel o del Juez bruto o indiferente.
No puede pedir por si mismo, por más que sea un derecho constitucional.
En la cofradía de los que tienen la razón y el derecho, no dejar acceder libremente a la justicia les da una especie de jerarquía monárquica, pero que dista del poder medieval en que los primeros lo quieren para sí, sin dar nada, sin ser o sentir el servicio, porque sólo pretenden el bronce. En cambio los medievales, eran padres del pueblo y como tal entendían que debían servirle o al menos prestarle atención.
Un padre es más o menos cariñoso con sus hijos, pero todos se levantan cuando el niño llora, instantáneamente o cuando no los deja dormir.
Su función estaba ligada directamente a la existencia y necesidad de la gente, los modernos detentadores del poder desean que la gente no exista o no reclame sus necesidades.
La justicia hoy sirve a quienes viven de ella, no es un servicio público, como si entendían los maestros del derecho como Duguit, y sólo les interesa lustrar su bronce sin darse cuenta que sin sociedad no son mucho más que los bronces que adornan los mausoleos.
Encontrarme con un pasado glorioso, de apogeo y fastuosidad, pude interpretar aquello del juego y los estandartes del Napoleón de Nothing Hill de Chesterton, y comprobar que la mascarada y los colores de la nobleza implicaban una lógica infantil lúdica, reemplazada hoy por la tristeza, la soledad y la indiferencia de la máquina moderna. 


Infierno

Sabían que era cuestión de tiempo. Cric! El espacio era pequeño, y la ventana estaba cerrada, no había luz, y a pesar de ello nadie se movía. Los cuatro ocupantes miraban sigilosamente entre la poca luz que se filtraba debajo de la puerta de entrada. El crimen siempre se paga, las veces que sea necesario. Sentados contra la pared, tiesos. Los músculos, entumecidos, poco reaccionaban a las órdenes de sus propios dueños, y a pesar de ello, uno se levantó y camino a la ventana para poder tomar aire fresco. Rápidamente se perdió en la penumbra hasta perderse totalmente de vista. Silencio, no se oyó nada más. Salvaje nada. Silencio, se percibió una brisa. Silencio. Cric!. Silencio. La sensación de asfixia volvió, y era más apremiante. Perturbados por el calor se separaron, lejos, pero lo suficientemente cerca como para verse. Cric!. Comenzaron a temblar. A veces el mal se siente, se palpa, y se toca. La sensación era cada vez mayor, y el pánico se posó sobre un tercer individuo y corrió desesperadamente hacia la ventana, saltó hacia ella. Se perdió en la oscuridad. Cric! No se rompió la ventana, no hubo un cuerpo que cayera al piso. Cric!. Esta vez no hubo siquiera la brisa reparadora. Eran dos, pero el aire no alcanzaba. La tenue luz debajo de la puerta lentamente comenzó a desaparecer. Cada vez se veía menos. Un sujeto, silenciosamente, pero rápidamente, como un rayo, se dirigió hacia la ventana. Cric! Nada. Silencio. Cric!. La luz desapareció. El último sujeto, sudoroso, temblando, se levantó, qué sentido tenía correr hacia la ventana. Ninguno. Qué podía hacer o querer que modificara esta patética situación. Nada. Silencio. No. Qué sucede. Cric! Enciendan las luces, quiero morir, pero ver, pensó. Una sombra dentro de la tiniebla lo rozó, fue un vaho frío y siniestro. Dio un paso a la ventana. Cric! Otro movimiento de sombras en lo oscuro, cómo podía ver algo, pero algo se movía. Cric! Otro paso a la ventana, podía percibirla. La sombra, sobre el negro paisaje, se detuvo frente a él. Frío. Cric!, la sombra volvió a pasar junto a él. Otro paso a la ventana. Cric! Sintió las heladas manos de la sombra sobre su espalda. Cric! En el medio del pánico corrió, sacó fuerzas, la ventana. Su objetivo, su fin. Cric! Otro paso. Cric! Otra fría sensación. Cric! Otro paso. La ventana, saltó su dirección. Cric! Cric! Cric! Quedó suspendido, en el aire, nada lo tocó, nada pasó, quedó tendido, no había arriba ni abajo. La luz volvió a la habitación. La puerta se abrió. Entró un hombre, tranquilo y pesado. Miró los cuerpos colgados, tiesos y mudos. Tomó al primero, y le cortó la garganta, la sangre brotaba a borbotones, cayendo como de una fuente, continuó con el otro y el tercero, llegó al último, éste le lanzó una mirada implorando. El cuchillo no le dio perdón. Cric! El sujeto salió de la habitación, una luz tenue quedó bajo la puerta de la habitación. Cric! Los cuerpos cayeron a tierra. Cric! Los cuatro se acercaron a la puerta. Sabían que era una cuestión de tiempo. Cric!

Temor

Vencer el temor, imposible; evitar su mirada. La causa de mis angustias, y el motivo de mis nauseas. Resulta que si bien caminar no cuesta, avanzar resulta todo un proceso. La retracción del pasado, y el presente nebuloso, confluyen en un inenarrable futuro, más negro que la oscuridad, más sordo que el vacío. Si bien las estrellas nos consuelan, siguen siendo lejanas y frías, en el abismo interno, oculto por el temor, yacen las verdaderas razones del actuar diario, parece que caminamos, pero no avanzamos. Paradoja, obvia y tonta del que teme. No por el temor en sí, sino por la falta de sustento, no saber si bajo los pies hay tierra firme, pantano o mar. Qué, cómo o cuándo, son preguntas ajenas, tan ilusorias y fantasmales que es trágico responderlas, Para Qué Qué? o con quién, si inevitablemente la rueda gira, y volvemos siempre a pasar por el mismo lugar. Cómo seguir si las heridas no sanan, si sangran al roce, y duelen a los abrazos. Cómo sanar las heridas si no quiero que cierren. Cómo olvidar, si temo no recordar, y volver a padecer lo mismo. Porque olvidar, es más difícil que perdonar, y no sufrir, inevitablemente, es imposible.