El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

El niño que sólo quería ser amado


Era invierno, y el frío me lastimaba el pecho, me amedrentaba la locura y el sin sentido, la falta de luz, y el desconcierto de saber si ella era mía, o, si en la definitiva, muerte de la razón, todavía le pertenecía a él, el que le había dado alegrías, vida y llanto, eran los miedos del temor a la muerte, al fin de todo, y a la extinción de mi propia alegría, de todo lo conocido, de lo nuevo y de lo viejo, de aquello que los ancestros me habían precavido, pero que innecesariamente había necesitado volver a padecer, pero que hoy, en mi alegre día, me colmaba, en besos y caricias, sin poder determinar si mi algarabía provenía de su dulce parecer, o de su alegre vida, sabiendo que todo podía ser efímero como la vida de la rosa, o como la bruma que le besa el risco en la mañana, sabiendo quién soy, pero incierto en quién eres, por mor de perder toda mi alegría, por temor a levantarme y no hallarla, sabiéndome bueno para cualquiera, pero sin saber si era bueno para ella, por todo y por nada, porque al mirarla sólo puedo amarla, y porque nada me puede herir tanto, porque soy Goliat, pero por dentro sólo hay muchos libros, música y un niño que tira notas en una guitarra desafinada, porque soy grande, difícil y duro, pero con un talón más débil que el de Aquiles, con la debilidad de los Romanos en Cannas, con la flaqueza a flor de piel, porque no hay nadie que sepa quién soy, ni que pienso, porque soy extraño para los ajenos, y totalmente desconocido para los cercanos, porque nunca quise arriesgar al niño, que inocente pretende jugar a grande, que no quiere dinero, ni poder, no pretende la lujuria, ni las luces de neón, sólo pretende jugar a que tiene un auto de carreras, que es fuerte como Atlas, e inteligente como Eneas, revolucionario como Catilina, eléctrico como Angus Young y sagaz y brillante como G.K, pero la gente miente, y lastima, ella besó a otros y le lastima, y el espejo sólo le devuelve el mismo espectro, cada vez más lejos de el niño, que nunca dejó de correr una pelota, que jamás sucumbió ante la derrota, pero que siempre pudo reírse de sus fracasos, porque siempre se consideró poco, poco para ser grande, poco para ser amado, si proclive y muy maniático, hasta los huesos, me lastimaba el pecho, pero no era la duda o el amor, era el niño, que desde dentro no dejaba de sacudir, que quería salir de su prisión, porque ya había tolerado mucho la tiranía del grande, y arruinado, había visto las mil estupideces y faltas de amor y agradecimiento, que estaba cansado de todo, el niño que sólo quería jugar, pero por sobre todas las cosas amado.

Al Cruce del Camino

Con la armadura chirriando espantosamente, cuál osamenta seca, perdido por el peso del camino, y deseando llegar a casa, reconoció un camino que nunca había recorrido, sinuoso y siniestro que ante él había aparecido. Intrigado, más que arriesgado, decidió tomarlo. Lento, su corcel, comenzó a dar sus primeros pasos, mientras ambos se sorprendían de lo árido y seco del paisaje, con una tierra gris que cubría todo. No había color, no había pájaros, no había vida por ese camino. Lo que abundaba era tristeza y melancolía. La tanto de caminar, un espíritu se había apoderado del alma del viajero, que en definitiva sólo vagaba en una sola dirección, con un sólo sentido, tan huero y tan yermo con el camino que llevaba. Cuando el sol pálido estaba en lo alto, sobre el cruce del camino, pudo vislumbrar una dama, que con el rostro cubierto lo esperaba. Él no sabía el porque, pero sabía que sólo lo esperaba a él. Al llegar frente a la mujer, ella le preguntó hacia donde se dirigía, a lo que él no supo que responder. Insistió. No hubo respuesta. Ella tomo la correa del caballo y lo encaminó sobre el que en perpendicular corría al gris y serio camino que el peregrino llevaba. La abulia todavía lo abrumaba, cuando lentamente comenzó a ver colores y aromas en el viento, que con lentitud sus ojos comenzaban a retener. De pronto se encontró a si mismo, obnubilado por tanta belleza y alegría, todo a su alrededor clamaba por vida, y al caer en la cuenta que había sido rescatado, volvió su vista a la Dama del Camino, pero se había esfumado, tranquila y serena cuál había aparecido. El Jinete y su caballo siguieron su camino, con la esperanza de volverla a ver nuevamente, cuando el sol esté en lo alto, al cruce del camino.