El mundo moderno está lleno de hombres que sostienen dogmas con tanta firmeza, que ni siquiera se dan cuenta de que son dogmas. (G.K.CH)

La era del Yo

Tiempo atrás escribí sobre la decepción, y si bien mantengo en líneas generales lo que expuse, debo reconocer que ciertamente estaba equivocado, cosa que me cuesta digerir pero cierta, que la responsabilidad de la decepción es pura y exclusivamente de uno.
Cuando se carga, en lo ajeno lo propio, o se intenta exorcizar demonios con la esperanza puesta afuera, lo más probable es que el golpe sea fatal.
Sobre todo en esta época, donde el hombre sigue con sus conductas genuflexas, no ya hacia un rey despótico o tirano, sino ante un rey pequeño y caprichoso, redundante mente maligno del propio yo.
A él le damos nuestras odas, rezos y sacrificios, le prestamos nuestro misericordioso rosario de plegarias, y en el altar más sagrado del individuo sacrificamos al prójimo. Esto ya sea ignorando, vendiendo por unas pocas monedas de plata, o traicionando, preferimos disputar lejos de nuestro protegido Yo, aguardando que la lucha sangrienta acabe en otro, en otros, u otras, sin pensar ni ser condescendientes ni piadosos.
Hemos olvidado la palabra y la ética. Sólo nos mueve el individualismo más crudo y rampante, aquel que sólo ve en la tarjeta de crédito una ventana más para alimentar al Yo. Con o sin un 15%. Estamos carcomidos por la ególatra participación en la comunión con uno mismo. Onanismo espiritual, que no deja percibir al próximo.
En ese marasmo, la era del Yo, no es necesario acudir a la decepción, ni a la falta de esperanza. Es fundamental apelar al mínimo humano, al heroísmo de sacrificarse en cada esquina y en cada vereda, para luchar y sobrevivir.
En París hay placas en todos los caminos, en la rivera izquierda del río Sena, en donde se conmemora a los mártires de la resistencia francesa. Un frío y terrible sentimiento de respeto me infundieron aquellos chicos de 16 y 19 años, que murieron por la libertad.
Hoy es necesario, sino imprescindible, sacrificarnos y luchar por una resistencia a la tiranía del Yo. Dejando en cada rincón posible, la muestra indeleble que un mundo mejor es posible, que no hay que sacrificar niños a Moloc, y que en definitiva podremos derrocar al Yo, que tan cruel y bastardo, mata, daña y mutila por su propio placer.