Nos encontrábamos esperando que nos atendiera la moza del bar, que perdido en el tiempo, nos acogía.
Roberto estaba incómodo, molesto y turbado.
Yo simplemente enmarañado en mis problemas.
La moza trajo la carta, grasienta y rota.
- qué nos puede recomendar? - pregunté para evitar tomar una decisión.
- tenemos pizzas, son de 8 porciones.
- la propuesta es insuficiente - dijo Roberto, con la lapicera apuntando al cielo, que nos regalaba estrellas por doquier y me miraba fijamente.
- bueno, le podemos agregar unas papas fritas - ofreció cordialmente la moza, sonriendo.
- Eso es discriminatorio, quiero que la propuesta no esté dividida - dijo Roberto, mirando fijamente a la moza.
- Esta bien - dije, salvando el incómodo momento.
Roberto no me escuchó y siguió diciendo: - Quiero ocho pizzas. - Y luego quedó mudo.
- Rober -cordialmente dije - creo que estas pidiendo mucho. No tenemos tanta plata. Mejor completamos la pizza con las papas y vamos viendo.
La moza siguió sonriendo, y preguntó que bebida íbamos a consumir.
- una coca zero para mi - dije y miré a Roberto, quien sin sacar los ojos del plato vacío, dijo.
- Me sorprende ud. Que me trae a esta mesa y no me ofrece nada. Vine de buena fe, y me deja con las manos vacías. No quiero coca zero, quiero Champán.
- Pero Roberto... - intenté calmarlo - esta bueno el plan, comamos y si te quedas con hambre vamos a tomar un helado.
- No quiero aceptar esta miseria - dijo.
- Pero Rob.. -no me dejó terminar de hablar, que tomó su maletín y salió del bar, con rumbo perdido y grité: No me dejes Roberto, no me dejes.
Y así, tan obtuso, se quedó seguramente con un agujerito en la panza.
Por ahí, más adelante, se da cuenta y acepta una pizza, tranquilo y con coca zero.