Que la historia tan cruel y breve de Cenicienta,
tan lúgubre y terrorífica de Blancanieves, no acrecienta ni magnífica la
historia, simple y conmovedora de ella, y que como todo cuento comienza en un reino
muy muy lejano...
En este reino, vivía una hermosa
doncella, de ojos claros y tiernos, que paciente aguardaba que el Rey, su
padre, le acompañara al encuentro de su prometido.
El joven pretendiente, esperaba alegremente
en Cergine, un poblado a dos días del reino de la princesa.
El Rey, llamo al carruaje, guardia y
compañía y emprendió el viaje para llevar a su joya, al poblado.
Entre las sombras, detrás de la torre
del triunfo, levantada en honor a las batallas ganadas por el Rey, miraba
envidioso el Regente Ubaldo.
Sabia, a ciencia cierta, que llegada
la bella princesa, al pueblo en cuestión, necesariamente perdería el poder que
tenia en el Reino.
La princesa y el príncipe se casaría,
y muerto el Rey buscarían otro regente de confianza.
El amor al poder, y las ansias de
mantener sus privilegios, lo llevaron a tender una trampa a la familia real.
El lugar, elegido cuidadosamente, era
un villorio, llamado el lago negro, cuyo nombre provenía de un espejo de
agua sucio y pútrido, en donde se habían tramado las peores herejías.
Cuando la delegación real, transitaba
por el paraje, recibió el traidor ataque de un grupo de mercenarios crueles, que a fuerza de espada,
fue derribando a cada uno de los guardias reales, hasta alcanzar al Rey.
Injustamente herido de muerte, lo
dejaron tendido.
La Princesa, que había sido ocultada
por un sirviente, al ver a su padre, corrió a socorrerlo, llegando a recibir su
último suspiro.
Lloro cómo una niña, como la niña que
era, sin comprender la maldad y la muerte, sin poder aquietar su dolor, lloro
amargamente.
Precavida por su sirviente, cayó en
la cuenta que su regreso al castillo era peligroso, y que sólo podría volver,
si era fuertemente y buscaba fuerzas en donde se encontraba su prometido.
Ingreso a Cergine, sigilosamente,
esperando evitar el puñal traidor del regente.
Una vez en el pueblo, busco a su
prometido, que lejos de estar esperando amablemente su llegada, estaba
borracho, disputando entre cupletistas y mujeres de mala vida, en la posada del
pueblo.
Había intervenido la Bruja llamada
Avercilla, que con sus pociones y lengua podrida, había convencido al Príncipe
de abandonar la espera, y dejar de esperar a la Princesa y disfrutar de los
encantos de la vida.
El deslucido príncipe, al verla
entrar a la posada, comenzó a reír, y al no creer que era su princesa
prometida, la echo del lugar sin contemplaciones.
Desesperada, la pequeña princesa,
solo atinó a sentarse una vez más a llorar.
El sirviente, mientras tanto, había
conseguido dos caballos para trasladarse nuevamente hacia la casa real.
La consoló y le dijo, que podían
llegar al castillo disfrazados y obtener el apoyo de los leales al rey, para restituirla
en su trono.
Tan desastrosa y sucia se encontraba,
que cuando llego a sus tierras nadie la reconocía.
Luego de contactar a los amigos y
fieles servidores del palacio, cansados de la tiranía de Ubaldo, conformaron
una fuerza suficiente para intentar deponer al tirano.
En el amanecer del día de los
muertos, cuando el sol todavía no alumbraba, la princesa y sus seguidores
presentó armas frente al castillo.
El Regente y la bruja Avercilla, contemplaban
todo desde la almena del castillo, mientras los mercenarios se enfrentaban a
las tropas de la Princesa.
La victoria de la joven y hermosa
niña fue completa y aniquilados los villanos, se dirigió en busca del Regente y
su aliada.
Cerca del castillo, vio como comenzó
a batirse en fuego, furibundo y violento que consumió rápidamente lo que era su
morada.
La princesa cayó arrodillada al puso,
y otra vez lloro, porque su corazón ya no resistía tanta maldad.
Su servidor le presentó al Regente
Ubaldo, que maniatado aún la miraba con desprecio.
- qué te he hecho para que me
hicieran tanto daño? - dijo ella con sus hermosos ojos hinchados en dolor.
El Maligno no le respondía.
- acaso no he sido yo amable y
afectuosa con todos y cada uno de mis leales y sirvientes?
El Regente, seguía en silencio,
mirándola con desprecio.
- di algo, cruel y maligno Ubaldo,
quien como perro rabioso solo atina a morder.
El Regente, pausadamente dijo:
- Yo te he visto nacer, lozana y
alegre. Te he visto crecer y lograr un corazón alegre y caritativo. Te he visto
vivir entre el amor y la felicidad. Y cada alegría, cada momento y por cada
acto de caridad que has hecho, he sufrido una fría y sangrante herida.
He querido verte sufrir, y llorar,
porque odio tu sonrisa y tu alegría. Y hoy verte de rodillas, me hace feliz.
- siervo malo y envidioso - dijo la
princesa- no me has visto caer- y se levanto del piso- porque tu vileza no
merece ver mis mejillas rojas, ni mis labios temblorosos.
Dio media vuelta, y volvió hacia su
caballo.
Emprendió un camino sin rumbo, y al
poco de andar descubrió que lo seguía el sirviente.
- qué haces? No vengas conmigo que
traigo la desgracia. Ahora solo soy una mujer sin corona, ni reino, sin
riquezas ni esperanzas. - dijo la joven.
- yo no veo desgracia alguna, mi
señora, porque hace unos días, yo era un simple siervo, sin riquezas ni poder alguno,
desterrado de mi tierra. Sin padres ni reino. Un simple servidor. Y la mujer que
amaba se encaminaba al encuentro de su prometido.
Hoy, la mujer que amo, comparte mi
pobreza, comparte mi dolor, y quiero que comparta mi esperanza. Lo único que
puedo ofrecerte, princesa de mi corazón, la reina de mi vida, es eso, esperanza
de que somos importantes para Dios, que podemos ser fundamentales el uno para
el otro, que podemos juntos contra un ejército y que nunca nos defraudaremos.
Te pido, mi señora, me permitas acompañarte, para cubrirte cuando haga frío,
para conquistar este mundo y desde la nada, desde lo más bajo, llegar a
conquistar el cielo.
Te pido, que me dejes caminar
contigo.
La Princesa se acerco al servidor, y
le dijo algo al oído, algo que nunca sabremos, pero que seguramente conversaron
durante todo el viaje que emprendieron juntos.